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domingo, 16 marzo, 2025
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Antonio de Lisio: Debemos superar el «síndrome del topo» y valorar más los bosques y los humedales que el oro y el petróleo

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El geógrafo y ambientalista sacó la cuenta para la zona del Arco Minero del Orinoco, y concluyó que los bosques aportaban 30 mil millones de dólares al año por servicios ambientales, mientras el oro solamente sumaban 4 mil millones de dólares. Vale más lo que está en la superficie, que lo que está en el subsuelo, subraya. Antonio de Lisio llama a proteger aún más el territorio venezolano, y a parar la desregulación de los parques nacionales

La vida de Antonio de Lisio es de color verde. Su mirada está en los árboles, su atención se fija en los ecosistemas que hacen de la vida un tiempo feliz. Son muchos años de estudio, de trabajo y de investigación los que almacena De Lisio, y hasta se pensaría que, en lugar de sangre, tiene clorofila en las venas.

Como geógrafo, profesor universitario y exdirector del Centro de Estudios del Ambiente (Cenamb) de la UCV, considera que el término ecosocialismo, usado en Venezuela, debe ser reconsiderado. Por ende, el mismo nombre del Ministerio de Ecosocialismo.

-¿Y cómo debería llamarse?

-Debería estar vinculado a lo sostenible, a la sustentabilidad. Una transición al desarrollo sustentable. Creo que eso debe ser así. Tenemos unos ODS, Venezuela es parte de los ODS, y sobre esa base hay que trabajar. Puede ser transición ecológica, sostenibilidad. No hay que inventar el agua tibia. Sabemos que el capitalismo es una desgracia, pero con el socialismo no vamos a poder, porque hay nuevos elementos, nuevas consideraciones. Los que hemos estado alimentándonos de Carlos Marx sabemos que fue un gran pensador. Hay un libro que me encanta, Cartas sobre las ciencias de la naturaleza, intercambio epistolar entre Marx y Engels, donde tú veías lo interesados que estaban esos señores por lo que sucedía.

Se usa el término ecosocialismo «pero seguimos pensando en la lógica utilitaria de cuánto hay en el subsuelo, porque los venezolanos, y buena parte de los latinoamericanos, cuando hablamos de naturaleza hablamos de lo que está debajo, pero resulta que la naturaleza que está debajo no es superior a la naturaleza que está arriba; no es superior a la vegetación, no es superior a los pastizales, ni a ninguno de los ecosistemas».

Venezuela «no ha podido dar la transición que se requiere porque, querámoslo o no, este siglo XXI no va a ser de petróleo. Lo está demostrando Trump con su interés en las tierras raras, lo está demostrando el desarrollo que se hace con el litio y otras alternativas, y lo está demostrando China con las energías renovables. China, para 2030, se plantea tener 30% de su energía renovable; está por encima de Europa, que puede estar alrededor de 20%».

Pensar sustentable es valorar la relación entre la sociedad y la naturaleza, y el respeto es básico. «El Ministerio, que ojalá cambie de nombre, debería estar abocado al reconocimiento de nuestras funciones ecosistémicas, para empezar a trabajar algo que, en el convenio de diversidad biológica, se ha venido llamando contribuciones de los ecosistemas. Algo se está haciendo, porque la FAO tiene ese interés, y ha estado en conversaciones con el Ministerio».

El «síndrome del topo»

De Lisio recuerda que, en los años 1980, el Ministerio del Ambiente «hizo una obra cumbre, que ha tenido reconocimiento nacional e internacional», que son los sistemas ambientales de Venezuela. «Fue a puro reconocimiento de campo, equipos trabajando a lo largo de todo el país, evaluando cuatro funciones básicas: estabilidad del paisaje, capacidad agrológica de los suelos, condiciones de habitabilidad y lo que ahora llamamos resiliencia. Con esos cuatro indicadores, el Ministerio del Ambiente de 1983 levantó todo el país. El sur no lo hizo también, pero el Cenamb, hace unos 10 años, completó la obra».

Hacer de nuevo un trabajo como ese permitiría incorporar otros indicadores para mostrar las funciones de los ecosistemas en el bienestar humano, tales como suministros de alimentos y principios activos. «Hay unos 20 o 30 indicadores» que, al ser aplicados, ayudarían a combatir lo que el científico llama «el síndrome del topo», que es solo mirar lo que hay debajo de la superficie.

El investigador insta a valorar el patrimonio natural, que es intergeneracional, «y que en el marco de la Constitución es un bien de todos los venezolanos». Al menos 40% del territorio venezolano se encuentra en Áreas Bajo Régimen de Administración Especial y, a pesar de las dificultades, de los países amazónicos es uno de los que tiene menores índices de deforestación. «Tenemos la ventaja de que nuestro petróleo no está en la Amazonía venezolana. Tenemos minoría puntual, pero no es el caso de Ecuador o Perú, que deben trasgredir lo ecosistemas amazónicos». La mayor masa vegetal arbórea no está donde hay petróleo, sino al sur, «donde tenemos minería, que sí nos preocupa».

De Lisio subraya que el país debe hacer las cuentas patrimoniales para valorar la naturaleza. En el BCV se intentó hacer «el debe y el haber» de la naturaleza, rememora. «Así como las empresas tienen su contabilidad -tanto en bienes de capital, tanto en gastos de personal- la naturaleza también: deforesté tanto, no deforesté, amplié la superficie forestal, mantuve mis ecosistemas de sabana, mantengo mis humedales. Esa cuenta hay que empezar a hacerla».

Este balance a veces dice, señala el geógrafo, que es preferible no intervenir ni cambiar ni usar, porque conviene más mantener. Reflexión clave ahora que «hay una desregularización general de los parques nacionales, y hay que recordar que Inparques está adscrito al Ministerio. Habría que acabar con la desregularización que se está dando de hecho, no de derecho».

-¿Dónde se ha visto?

-En nuestros parques marino-costeros se ve. Están introduciendo en Los Roques unas edificaciones que nada tienen que ver… ¿Dónde está el estudio de capacidad de carga turística, por ejemplo? Caso Morrocoy, caso Mochima, el mismo San Esteban. Son parques que no están pensados para turismo masivo. ¿Quieres tener turismo? Tengamos turismo ecológico. Mantengamos la regulación que existe, lo que no quiere decir que no se va a usar. Es usarlo sobre la base de criterios.

Estima que, en el área marino-costera, «tenemos una insuficiencia de parques nacionales», y propone continuar el Parque Nacional el Ávila o Waraira Repano como parque marino-costero hacia la costa este. «Todavía no ha sido intervenido por el turismo masivo y se podrían pensar alternativas». En los llanos «nos hace falta reforzar», como en los médanos de Apure. También, para la preservación del Caura. «Tenemos monumentos naturales que deben ser reconsiderados, como el Codazzi (Aragua): ¿Por qué no abrimos la posibilidad de que sea parque nacional? Tener bosques tropicales siempreverdes es un elemento importante, y como vamos a tener más calentamiento y estaciones secas más prolongadas, necesitaremos proteger la vegetación ante eventos extremos».

Vale más la vegetación que el petróleo

De Lisio aclara que no cree en la «minería ecológica» y reitera que lo que hay en la superficie es mucho más valioso que lo que está bajo la tierra. «Cuando se comenzó a explotar el Arco Minero del Orinoco se decía que iba a producir unos 20 mil millones de dólares en seis años; eso te daba un promedio de 4 mil millones de dólares. Si yo le doy una asignación a las contribuciones que hacen los bosques tropicales en esos 70 mil kilómetros cuadrados, más el humedal continental que son las zonas de inundación del Orinoco, me da unos 20 mil a 30 mil millones de dólares anuales por servicios ambientales, por servicios de los ecosistemas». Es decir, contrasta, 4 mil millones que deja la minería versus 30 mil millones que aporta la naturaleza en pie.

Para Venezuela, el Arco Minero y otras zonas en las que la nación ganaría más dejando árboles y ecosistemas en pie, que derribándolos para sacar minerales. Para Ecuador, De Lisio trae a colación el caso Yasuní, que es «un hotspot para América Latina en cuanto a la biodiversidad. Lo que Yasuní aporta al ambiente manteniendo los servicios de regulación, de estabilidad y de paisaje es 10 o 15 veces más de lo que iban a compensar por el petróleo. La gente no quiere que exploten el Yasuní».

Se trata, para Venezuela y para América Latina, de privilegiar el servicio ambiental por encima del mineral. Estas contribuciones ambientales están muy claras: captación de dióxido de carbono, protección de los suelos, el agua. «Hablamos de suministros, y no son solamente los suministros alimenticios, y las misiones de los capuchinos en el sur del país nos dieron una lección sobre todo lo que se puede recolectar; entre eso, el Amargo de Angostura». Igualmente, los principios activos para la industria farmacéutica.

Víctima de la biopiratería

«Tenemos casos de biopiratería. Del tepuy Kukenán la Universidad de Montana extrajo un hongo que, posteriormente, se llevó a Estados Unidos, lo reprodujo, lo llevó al sistema de patentes norteamericano y, con ese hongo, se están haciendo medicinas para el cáncer. Medicinas que no veo en Venezuela, pero sí en otros lugares». La ministra de Ciencia «es muy consciente» del problema de la biopiratería, puntualiza. «Reportados en Venezuela, que yo conozca, hay tres casos, y todos con principios activos tomados del sur». En la Reserva Forestal Imataca «se han conseguido principios activos importantes», pero «las reservas están pensadas solamente para extraer árboles y, en el mejor de los casos, reponerlos». Sin embargo, la realidad es que el sector farmacéutico es de punta «y nosotros no le hemos parado». Otros se llevan el patrimonio vegetal venezolano «porque no lo valoramos, no sabemos lo que hay».

En un trabajo que hizo el Cenamb, hace unos 15 años, en el Eje Norte-Llanero, «identificamos alrededor de 250 especies que han sido valoradas para el suministro de fibras y alimentos, y para el uso medicinal. Son 250, que tienen un valor, y no le estamos parando».

Es clave que en Venezuela «podamos pensar en una propuesta de desarrollo en la que el componente que está arriba, la vegetación, sea un elemento central de nuestro aprovechamiento, por cuanto tenemos que preservar nuestra condición de país biodiverso». Hay recursos internacionales, como el Fondo para el Clima, para el mantenimiento de los bosques que capten dióxido de carbono. «Allí, las áreas que no están protegidas, cumplen un rol fundamental».

En tiempos de discusión y de posible reforma constitucional, De Lisio expresa su temor de que se centralice aún más: «Para mí, un país biodiverso debe ser un país descentralizado, porque la biodiversidad es distinta a lo largo del territorio. Tenemos un país de sabanas, de costas, y en la medida en que no tenga autonomía regional puede ser que entre en una propuesta nacional. Cuando digo descentralizado no es que cada quien vaya por su lado y que se repitan los errores de la descentralización de 1989; me refiero a que el poder central hace unas cosas, el poder regional hace otras, y se construye una propuesta de país basada en la diversidad», que es también la diversidad de actores políticos y sociales que viven en cada localidad.

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