La emergencia continúa, y la asociación civil Convite sigue atendiendo sus heridas. Luis Francisco Cabezas, director general, reitera que se rigen por los principios de «humanidad, neutralidad, imparcialidad y autonomía operacional»
Las casas de un barrio que vive de la basura, en una zona de Barquisimeto, se anegaron por las lluvias. Las inundaciones también afectaron a comunidades indígenas en Bolívar. La crisis dejó atrás a niños de ese estado porque los adultos se fueron a las minas o se marcharon del país. Luis Francisco Cabezas y Francelia Ruiz, director general y directora de proyectos, respectivamente, de Convite, tienen un mapa en la cabeza que retrata las urgencias de adultos mayores, de mujeres, de niñas y niños. La frase «emergencia humanitaria compleja» sigue vigente en Venezuela, y así lo constatan los equipos de la asociación civil.
Este jueves, durante la presentación de su balance de actividades de 2023 a la comunidad y a la opinión pública, Cabezas puntualizó que unas 91 mil personas han sido atendidas por alguno de los programas, «bien sea el de respuesta humanitaria, el de asistencia de medicinas, medios de vida, asistencia psicosocial; o a través de algún tipo de asistencia, ya sean sillas de ruedas o bastones».
En Delta Amacuro y en Bolívar «seguimos prestando asistencia humanitaria que se rige bajo los cuatro principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad y autonomía operacional», confirmó.
Convite no ha escapado de la diatriba de la política venezolana, y no por voluntad propia. Un dirigente del oficialismo la vinculó con supuestas actividades proselitistas. «Consideramos que pudo haber sido una confusión lo que allí hubo. Nuestras cuentas están acá, nuestros donantes son claros: la Unión Europea, el fondo de OCHA. Nuestros donantes son auditables. De buena fe, creo que fue solamente una confusión. Nosotros articulamos. Tenemos aproximadamente tres años sin ningún incidente de seguridad logístico, y nos movemos por todo el país», detalló. «No hemos tenido ningún incidente, y esto es porque articulamos con las distintas autoridades indígenas, alcaldes, gobernadores, REDI y ZODI».
Como lo recordó, Convite tiene 18 años de trabajo en Venezuela, debidamente registrada ante los organismos competentes.
Consultado acerca de la ley sobre las ONG, puntualizó que ya acudieron a una convocatoria para expresar sus puntos de vista «y asistiremos a todo lo que nos inviten, porque a nosotros nos mueve el poder seguir operando para seguir brindando asistencia defendiendo derechos». Aclaró, también, que harán todo lo que tengan que hacer, y consignarán los documentos que les soliciten, para seguir trabajando por la gente. «5,5 millones de personas, según el panorama de OCHA, siguen teniendo necesidades humanitarias en Venezuela, siguen necesitando ayuda y no van a poder solas. Nuestro trabajo se basa en cuatro principios, y uno de ellos es la neutralidad: no tomamos parte en la conflictividad política, de ningún bando. Nuestra asistencia es para quien la necesita. El único carné que tiene la gente para acceder a la asistencia humanitaria es tener la necesidad; no nos importa qué religión profesa o en qué partido milita. Nosotros ayudamos a todos».
Mujeres: Una emergencia diferente
Las mujeres viven la emergencia humanitaria compleja con más dificultades. No lo dicen las organizaciones feministas; lo constatan los hechos. Como lo describe Ruiz, «las mujeres y las niñas sufren la emergencia de forma diferenciada. Sobre todo, en los riesgos asociados con la protección. Corren el riesgo de ser víctimas de trata de personas; en Bolívar, con procesos de migración pendular desde y hacia las minas, pueden ser víctimas de violencia basada en género o de otros problemas asociados, como la trata de personas o la privación de la libertad».
La pobreza menstrual continúa, asociada con la falta de agua para la higiene y la imposibilidad de adquirir las toallas sanitarias. «La crisis del agua», recuerda la defensora de derechos humanos, «tiene un impacto directo en la situación de higiene menstrual, y pone a las mujeres más vulnerables en situación de pobreza menstrual».
En el terreno, donde la población transita y parece que ciertos políticos no llegan, Convite se ha encontrado con adultas mayores solas que cuidan sus nietos. «En el estado Bolívar tenemos el caso de la señora Carmen, que me parte el alma porque está sola con sus cuatro nietos. Dos de esos nietos son hijos de una hija de Carmen que se fue a las minas y desapareció. Tres años después, Carmen no sabe si su hija está viva o está muerta, porque se fue a las minas y no volvió», relata. Por si fuera poco, esta mujer de 72 años de edad perdió familiares por COVID-19 y por violencia. Ella afirma que tuvo que enterrar a toda su familia. «La única comida que Carmen tenía garantizada era la que servíamos en el comedor San Martín de Porras, en Brisas del Sur. El comedor sigue operativo y ella sigue comiendo en el comedor. También logramos asignarle una cesta de alimentos». Como ella, hay centenares, o miles, de abuelas que se quedaron a cargo de nietos debido a la crisis migratoria: «Se quedan sin dinero, esperando que los hijos manden algo».
«Transversalizar una visión diferenciada de género nos ha permitido, por ejemplo, involucrar a las mujeres en todas las fases de la respuesta; no solo como meras víctimas o receptoras de la respuesta, sino como agentes motorizadores de los cambios que deben producirse en las comunidades para superar la crisis y generar acciones de desarrollo a largo plazo», expone Ruiz.
En Bolívar, por ejemplo, las mujeres no se veían en el oficio de pesca, «pero nosotros logramos capacitar mujeres pescadoras y en Cambalache se articuló una red de mujeres pescadoras», entre otras localidades. «Ellas demostraron sus capacidades para pescar».
De las mujeres ha dependido, reivindica, «que se hayan tejido redes de solidaridad en las comunidades». Las pescadoras «han destinado un porcentaje de su producción a ayudar a los comedores comunitarios y comedores escolares; de modo que los estudiantes y la comunidad se están beneficiando de una comida con proteínas».
Historias de mujeres luchadoras hay muchas. «Magaly es madre soltera de cinco hijos, y con su oficio de pesca logró reunir dinero para cambiar los cauchos de su moto, y eso le facilita el trabajo de bajar al río, buscar el pescado y subirlo a la comunidad. Ella no se cansa: destina un porcentaje de su pesca a ayudar y poner comida en la mesa de los adultos mayores mayores que están en situación de soledad».
Esa, destaca Ruiz, «es la labor de las mujeres: ellas no solo reciben la asistencia, sino que la asistencia la convierten en un elemento de transformación de la realidad tan difícil que enfrentan las comunidades».