Más allá de la adicción, beber alcohol aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades físicas y mentales, como ansiedad y depresión
Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 280 millones de personas en el mundo sufren algún problema con el alcohol. 5% de todas las muertes se deben al consumo de esta sustancia, siendo Europa la región más perjudicada. Lo preocupante es que estas cifras no paran de subir, especialmente entre los más jóvenes, como consecuencia del conocido “botellón” o consumo por atracón.
Más allá de la adicción, beber alcohol aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades físicas y mentales, como ansiedad y depresión.
La pandemia por coronavirus supuso un desafío para todos nosotros, y no todas las personas hicieron frente a este virus y sus consecuencias de la misma manera. A algunos les dio por hornear pan, otros probaron a convertirse en los peluqueros de la familia y hubo también quien se refugió en el alcohol.
El miedo por lo que estaba ocurriendo, las dudas, la tristeza por no ver a familiares y amigos, tener más tiempo libre y realizar menos actividad física cambió la forma de beber alcohol.
Se bebió y se abusó más de esta sustancia. Y quienes tenían problemas con el alcohol con anterioridad vieron cómo se agravaba su situación.
Cuando la persona dependiente del alcohol intenta interrumpir su consumo, pasa por una fase de abstinencia en la que el cuerpo responde con temblores, taquicardia o ansiedad. ¿Cómo se evita la aparición de estos síntomas? Volviendo a beber. Y eso hace entrar a las personas alcohólicas en un bucle infinito.
Según las investigaciones, una persona puede superar la abstinencia y, aún así, recaer en la bebida pasado un tiempo. En el alcoholismo son frecuentes las recaídas y recuperaciones a lo largo de la vida. De hecho, 50% de las personas que sufren alcoholismo recaen en la bebida en los primeros tres meses posteriores al tratamiento de su adicción.
Los principales motivos por los que se producen estas recaídas son los acontecimientos estresantes de la vida, volver a los sitios donde se bebía alcohol o probar pequeñas cantidades de la sustancia.
Si queremos que nos sirvan una copa solemos ir a un bar o a una discoteca. Eso hace que las luces y la música de estos lugares se conviertan en señales que nos animan a consumir alcohol.
Nuestro cerebro está programado para identificar conductas que son beneficiosas para el organismo o la especie. Y una vez identificadas, generan una recompensa química a nivel cerebral, para aumentar la probabilidad de que la conducta se repita en el futuro. Esto se conoce como modelo de aprendizaje operante.
Si lo aplicamos al alcohólico, su cerebro aprende que un contexto (discoteca) y unas señales (luces, música) llevan a una recompensa (alcohol). Esta recompensa le hace sentirse bien (alegría, diversión), por lo que va a intentar repetir la conducta (pedirse más copas), manteniendo de esta forma la dependencia al alcohol.
Por eso si una persona quiere dejar de beber, lo primero que se le suele recomendar es que evite los lugares, los contextos, donde solía consumir bebidas alcohólicas. Para evitar verse incitada.
Más allá de evitar la tentación, existen estrategias farmacológicas para ayudar a romper con la dependencia del alcohol. Concretamente existen tres medicamentos que cuentan con la aprobación de la Administración de Drogas y Alimentos de los EE UU (FDA) como tratamiento para el alcoholismo: disulfiram, acamprosato y naltrexona. La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) ha añadido a estos tres medicamentos un cuarto: el nalmefeno.
Todos ellos se utilizan para tratar los síntomas negativos que aparecen en el período de abstinencia o para reducir el deseo por el alcohol. Sin embargo, no suelen tolerarse bien, ya sea por sus efectos secundarios o porque no consiguen evitar las recaídas. Y eso les lleva a no lograr, en muchos casos, su propósito terapéutico.
De ahí la importancia de seguir buscando nuevos tratamientos para atajar este problema.
Un nuevo tratamiento para el alcoholismo: galanina (1-15)
En nuestro grupo de investigación estamos estudiando el efecto de una molécula llamada galanina (1-15) sobre el consumo de alcohol en modelos animales.
Para ello utilizamos pruebas aceptadas para el estudio de la búsqueda y motivación por las drogas de abuso en animales de experimentación, concretamente en ratas. Una de estas pruebas es la autoadministración de sustancias.
En nuestro estudio diseñamos una caja de autoadministración para simular un contexto asociado con el alcohol, como una discoteca para nosotros. Esto se acompaña con las señales que indican la disponibilidad de la sustancia, como la iluminación, y registramos el número de conductas que el animal realiza para obtener el alcohol. En este caso, pulsar una palanca el equivalente a pedir una copa.
Los resultados: Pues bien, vimos que las ratas a las que se les administró galanina (1-15) disminuyeron las pulsaciones a la palanca asociada con la entrega de alcohol. Es decir, “pidieron menos copas”. Y si dejaban de “consumir alcohol” durante un tiempo (abstinencia) y regresaban al contexto vinculado a la entrega de alcohol (discoteca), recaían menos (bebieron menos alcohol).
Asociado a estos efectos, identificamos cambios en áreas cerebrales relacionadas con la adicción a sustancias de abuso, es decir, áreas del sistema de recompensa cerebral.
En conclusión, la galanina (1-15) disminuye la motivación por beber alcohol y, además, reduce la recaída alcohólica asociada al contexto en roedores. Un resultado esperanzador, y, aunque aún queda un largo camino por recorrer, podríamos estar ante una nueva terapia farmacológica para las personas afectadas por el alcoholismo, que no son pocas.
EFE SALUD