Reforestar, dragar y construir terrazas son las recomendaciones que comparte la Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos
Dos sitios son hoy, en Venezuela, sinónimos de dolor: Las Tejerías y El Castaño. Que el luto de decenas de familias no se convierta en la tristeza de muchas otras depende, entre otros factores, del mantenimiento de las cuencas hidrográficas. La ingeniería tiene mucho que decir al respecto, reitera Saúl López, presidente de la Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos.
«Más que señalar culpables, pienso que deberíamos nosotros buscar las soluciones, porque ya el evento sucedió, y lo que tenemos que evitar es que estos eventos sigan sucediendo y causando problemas en el sector agrícola y agroindustrial. Para eso estamos nosotros aquí», enfatiza Carlos Indriago, vicepresidente de la Sociedad.
Las familias afectadas tienen su visión sobre los hechos: Súbitamente el agua ruge, y ese rugido camina con lodo y rocas. Como ingeniero aclara que, más que el efecto del río, es el material superficial -roca, maderas, escombros, casas- lo que, junto con el agua, «causa daños en las infraestructuras».
En Aragua los problemas han sido recurrentes, explicó Alejandro Piña, también directivo de la sociedad, y recordó las tragedias de El Limón en 1987, Guamitas y otras. «Ha tenido mucho que ver la sobrepoblación que hay en la zona. Construyen mucho cerca de los cauces de río, y las aguas negras van al cauce de los ríos; eso causa un aumento del caudal».
Cuando el suelo queda sin protección «las gotas de agua no tienen nada que las pare. Se meteoriza, la tierra se desliza y se forma el lodo», describió.
Primero se deben estudiar las cuencas más afectadas, insistió Piña. «Debemos estudiar aguas arriba, de dónde viene el problema real, hasta llegar a su cauce final, aguas abajo». Para eso «necesitamos maquinaria, estudios topográficos, planos». A esas cuencas «hay que hacerles mantenimiento, limpiarlas».
Con este punto de partida, Indriago plantea una ruta de acción. «Nosotros proponemos dragar los ríos, y no solamente dragarlos: también, dejar terrazas de laso y lado, y canalizarlos». De esta manera se crearía «una pendiente lo suficientemente pequeña como para que, si ocurre el deslave por la saturación de los suelos, la terraza caiga sobre ese terraplén y no avance». A más pendiente, mayor velocidad, recuerda, y más posibilidad de arrastrar materiales.