Un estudiante universitario contó a Contrapunto sobre como se han vuelto sus compras en el supermercado durante la cuarentena
“¿No tienes otro billete, chico?”, le preguntaron a Ignacio González, quien se levantó este lunes a las 9 de la mañana. Se preguntó qué día de la semana era, la noche anterior no se dio cuenta cuando concilió el sueño. En su cabeza solo había cifras de fallecidos por el Covid-19, la erupción del volcán de Krakatoa y el hecho que desde el pasado mes de febrero no ha regresado a la Universidad Santa María, donde cursa la carrera de comunicación social. Va a la cocina y se da cuenta que necesita ir a comprar algunas cosas en el supermercado.
“No hay gasolina en el carro, me voy a pie, no me queda de otra”, le dijo a su mamá antes de salir con una bolsa, su teléfono y $10 en efectivo. Agarra el tapaboca que está usando desde hace varios días. “Debo cambiarlo”, piensa cuando se lo pone. Salió de su casa ubicada en El Cafetal, mientras caminaba hacia el bulevar en el este de Caracas, se consiguió a su vecina que le preguntó por su madre. La señora Elena, una profesora jubilada que traía una bolsa de pan le recomendó comprar latas de atún. “Esto va para largo, hijo”, sentenció al irse.
Llegó al supermercado Plaza’s. Vio la cola para entrar. A las 9:30 de la mañana había 12 personas en la fila, guantes, tapabocas y conversaciones entre los clientes que comentaban sobre las medidas higiénicas de la cadena de establecimientos. “Señores, sin tapaboca y guantes no entran”, pregonaba el vigilante mientras ponía gel antibacterial a las manos de quienes entraba. 20 minutos parado, sin desayunar y sin haberse bañado, Ignacio, logró entrar y hacer sus compras. Agarró harina de maíz, pan, refresco y unas latas de atún. “Mejor prevenir que lamentar”, pensó.
Se dirigió a la caja para pagar y luego irse a su casa, pensaba en preparar arepas. Se dijo así mismo que las iba rellenar de atún, aprovechando las latas que quería llevar. Se quejaba de lo lento que estaban trabajando los empleados de la caja, los puntos de venta debitaban con lentitud, la facturación en dólares era compleja y con un considerable tiempo para ser entregada. “Que ladilla”, titubeó.
Al momento de su turno ya eran más de la 10:15 am, ya con ganas de salir de lugar colocó los productos rápido, la trabajadora de la caja los pasaba por la máquina. Le dio el monto total de la compra. ”Son 7 dólares”’, dijo la cajera. González le preguntó si tenía vuelto de $10 y con sorpresa y asombro, como contó a Contrapunto, le contestaron que si tenían billetes de un dólar, pero al entregar el billete de 10 con el que salió le preguntaron: ¿No tienes otro, chico? Así no te lo puedo recibir.
Molesto y cansado, Ignacio solo le contestó a la empleada: Déjalo así, yo resuelvo en otro lado. González aseguró que luego de eso salió del mercado sumamente molesto y al cruzar la calle para volver a su casa, gritó: “Me cago en todo”.
Después de eso González, pensó en devolverse a su casa y comer pan con queso y jamón, pero en el retorno a su casa vio que un kiosko estaba abierto. “Tal vez me acepten el billete aquí”, así que caminé y vi que tenía cereal, me acordé que tenía leche en la casa”, afirmó entre risas.
“Cuando llegué a la casa comí cereal, resultó mejor, creo yo, que unas arepas”, sentenció con una sonrisa en su cara.