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jueves, 27 febrero, 2025

Neller Ochoa: El sector de la Fuerza Armada que se alzó el 4-F de 1992 buscaba purgar una culpa por la represión de El Caracazo

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A 36 años de la revuelta popular, el historiador considera que los militares del 4-F lograron capitalizar la indignación, pero «tú no capitalizas una indignación sin generar otras»

Saqueos, fiesta, muerte, cárcel. El Caracazo es eso, y mucho más. La memoria sigue allí, y cada vez que el país se tensa, vuelve la frase «bajarán los cerros».

El historiador Neller Ochoa recuerda, 36 años después, que fue un acontecimiento, «y como todo acontecimiento es intempestivo. En el momento en que llega es violento».

Ochoa señala que se han hecho interpretaciones «que no ayudan en nada», como la que asegura que había una organización previa «y que no tiene un basamento histórico concreto». Le quitan, por ejemplo, que es «parte de una historia y de una debacle que se vivía en el país por lo menos desde el año 1979».

Como historiador, piensa que es pertinente estudiar los acontecimientos y la manera en que se ha recordado. En los años 1990 «son muy pocos los que hablan de eso», y solo con las organizaciones de derechos humanos las que reclaman «porque hay sangre de su sangre ahí, sus deudos se quedaron en La Peste». Luego, paulatinamente, «el espectro político se va apoderando de ese discurso de una manera bastante curiosa».

La izquierda evalúa que el pueblo venezolano luchó contra el neoliberalismo, salió a la calle autoconvocado. «Es el 4 de febrero de 1992 el que reinventa la interpretación», analiza. «No digo que la gente que salió ese día no tuviera idea de qué significa el neoliberalismo. Pero tampoco era que esas medidas se habían aplicado en su máxima expresión».

Las medidas fueron incómodas, ya que buscaban la liberalización de la economía venezolana «en un contexto rentista», pero «creo que las personas que salieron el 27 de febrero obedecieron a causas muy concretas, como el aumento del pasaje y, también, la búsqueda de un botín».

Ochoa ha trabajado el concepto de botín, presente en la historia venezolana. «Yo podría decir que son muchos bárbaros que salieron y saquearon y tal, pero también es ver que con esas declaraciones (las de las medidas económicas) se cierra el horizonte de expectativa. Ahora, ¿qué quiere decir el horizonte de expectativa en un país que había promovido el consumo de manera exacerbado durante 25 o 30 años? Eso no es poca cosa. Ya a la clase media le había tocado, le había tocado con el viernes negro, pero a los sectores populares digamos que les estaba pegando».

En su criterio, «ese horizonte de expectativa, ese botín, era hacerse de este pedacito de patria y esta cuota de petróleo, porque se decía que le correspondía por derecho. Y este es el correlato también de la relación de la ciudadanía con el Estado. Es decir, esto podríamos verlo como un episodio más dentro de esta puja de lo que Diego Bautista Urbaneja llamó el reclamo y la renta.
Una relación del Estado con su ciudadanía en la cual la ciudadanía reclamaba renta y el Estado veía como mediaba esta circunstancia. Ahora, cuando la renta se acaba, ¿qué hacer? ¿Qué hacer? Claro. Esa es la gran pregunta».

Echa para atrás la película, a la huelga de los policías, el acuartelamiento de las entonces Fuerzas Armadas, las declaraciones del ministro Alejandro Izaguirre «y la aparición tardía de Carlos Andrés Pérez. Sí, es muy muy tardía la aparición de Carlos Andrés Pérez y el Estado digamos que hasta cierto punto se vio sorprendido y no esperaba que eso tomara las dimensiones. Ahora, cuando ya convocaron, acuartelaron y sacaron al ejército a la calle y suspendieron las garantías, creo que se les fue de las manos completamente. Completamente se les fue de las manos».

Refiere que muchas muertes y desapariciones ocurrieron en el toque de queda. «Es decir, pudiéramos pensar que las personas desaparecidas o muertas estaban saqueando, pero no es así. Fue posterior. Fue posterior; o sea, que la cosa fue más macabra aún».

-¿Por qué cree que utilizó el sector militar, ese estamento militar que insurge, El Caracazo como imagen?

-Como pretexto o como antecedente heroico y patriótico. Lo que pasa es que el acontecimiento es muy poderoso, fíjate. La imagen de un pueblo siendo masacrado en sus barricadas es poderosísimo. Creo que hay algo que busca ese sector de las Fuerzas Armadas, que es purgar una culpa. Y purgar una culpa porque muchos de ellos habían participado reprimiendo durante esa jornada. Al hermano de Luis Acosta Carlez, Felipe Acosta Carlez, lo matan en el sector La Montañita, en la carretera Panamericana y bueno, la pregunta que uno se podría hacer es en qué circunstancias muere. ¿Muere cumpliendo las órdenes constitucionales que en ese momento le estaban dando, o qué? Ahora, ¿cuáles eran las órdenes constitucionales que en ese momento se le estaban dando? Bueno, imponer el orden a como diera el lugar.

-Cuando dice que estaba como purgando una culpa es como un reconocimiento, «bueno, nosotros reprimimos, pero ahora salimos a defender ese pueblo». ¿Algo así?

-En ese momento hubo una fractura, hubo una fractura entre la población general y la imagen que tenía de sus Fuerzas Armadas, y ellos hasta cierto punto trataron de que eso cambiara. Eso no es nuevo, o no era nuevo.

Los militares del 4-F parece que lograron capitalizar la indignación, subraya Ochoa: «Lo que pasa es que tú no capitalizas una indignación sin generar otras. Claro. Eso es una rueda. Y la cuestión es que uno ve cuál ha sido la utilización, por lo menos durante estos años, del 27 de febrero, y el 27 de febrero se hace política de memoria».

El 27 de febrero «sigue teniendo un elemento que es tabú. ¿Cuál? Un elemento que es la potencialidad rebelde de un pueblo. Y en esos momentos la direccionalidad sobre esas fuerzas no siempre es clara. Y a un Estado eso no le agrada. Un Estado no puede dejar al azar los ánimos de la multitud. Entonces, con los años y creo que con los últimos años, ese recuerdo se ha tratado de domesticar, o por lo menos que sea potable».

-¿Se repite El Caracazo?

-Hay una interpretación que es muy irresponsable, o por lo menos se ha hecho desde ciertos ámbitos políticos y los dos espectros pueden coincidir, que es esta idea de que bajen los cerros. Es decir, que quizá los muertos los pongan otros para que algo suceda. Bueno, eso a mí me parece terrible, ¿no?

También hay una idea «de que con cada saqueo hay como un reseteo, porque hubo saqueos cuando le dieron el golpe a Rómulo Gallegos, en 1948; y en 1958, con la caída de Pérez Jiménez. Mucha gente interpreta este hecho como algo que origina per se un cambio. Sí. Por eso a lo mejor se asocia, ¿no? Por esos hitos. No siempre lo origina, no siempre, no».

Aparte, «la decisión de dejar saquear y por cuánto tiempo es una decisión política y del Estado, o de quiénes en ese momento tienen el poder».

El Estado venezolano no hizo con El Caracazo una política de justicia. «Con las sentencias que dio la Corte Interamericana de Derechos Humanos se evidencia que la justicia se tuvo que buscar afuera. Hay unas indemnizaciones. Pero hay un hecho concreto: mucho del amasijo de huesos que están ahí en La Peste, o que fueron exhumados, no ha sido reconocido todavía. O sea, todavía hay familiares buscando a sus muertos y desaparecidos y sí, el Estado venezolano sigue en deuda. Muy en deuda. Muy en deuda».

-¿Cuáles son esas deudas del Estado venezolano con el Caracazo?

-Creo que el Estado venezolano tiene la gran responsabilidad de promover una cultura de respeto a los derechos humanos. Porque si bien es cierto que no puedes recuperar a una persona muerta, y esto suena muy cruel para la familia, sí puede sentar un precedente y evitar que otros mueran. Yo creo que esa es la gran responsabilidad. Es decir, que los derechos sean respetados, que las fuerzas del orden del Estado utilicen la progresividad de la fuerza y que siempre estén bajo la tutela de la ciudadanía y de los mismos organismos del Estado.

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