Jorge Díaz ya está listo para su nuevo viaje: “Quisiera ir al sitio donde el amor me lleve”

Texto: Vanessa Davies. Fotos: Jonathan Lanza-Contrapunto

El creador y protagonista de la serie «Cuatro ruedas y un morral» sigue su aventura creativa con nuevos capítulos del programa, dos documentales y dos obras de teatro. “Todo viaje te invita a la tolerancia y a la comprensión”, afirma este realizador de amplio kilometraje que siempre está inventando

Hay personas que son incendios, que quieren devorarse todo a la vez y que entregan la lengua y el corazón en cada uno de sus pasos. “Soy Jorge Alberto Díaz”, dice Jorge Alberto Díaz con resolución cada vez que se presenta y te tiende la mano. Así irrumpió en Contrapunto, con ese desparpajo de quien no le debe nada a nadie y tan políticamente incorrecto. Así tumba las puertas, así desata los nudos, así demuele los prejuicios.

Cuando Díaz pronunció su frase de amor, “para recorrer a Venezuela solo hacen falta cuatro ruedas y un morral”, aceptaba una circunstancia no precisamente feliz. Acababa de fallecer su hijo Diego, pero el otro ADN de Diego, su hermano Rodrigo, era una historia por escribir. En lugar de doblegarse por la tristeza de Diego decidió mantenerse en pie para sostener a Rodrigo entre sus brazos.

«Una noche, después de la muerte de Diego, fue como una cosa del destino: ‘Para recorrer a Venezuela solo hacen falta cuatro ruedas y un morral’. Tal cual. Tres años después vuelve a venirme la misma frase, y me entregué». Así nació esta serie que se ha transmitido por CMT, La Tele y Vale TV, y que contó con la gasolina y el aceite de sus patrocinadores iniciales, la empresa Hertz y sus amigos Angelina y Antonio.

“Cuatro ruedas y un morral», en el que Rodrigo -en sus facetas de niño y de adolescente- a veces aparece y a veces no, se convirtió en el retrato del turista de a pie. Aquí no se recurre a grandes recursos tecnológicos, porque no hay tecnología que pueda ocupar el lugar de los ojos, las manos y el buen gusto. El éxito de “Cuatro ruedas y un morral”, con más de 200 capítulos y una nueva temporada en preparación, es ese hombre que no tiene pena de mostrarse con sus chicharrones canosos bajo el sol de oriente o dialogando con la señora que ofrece en una esquina las ricuras de su cocina. El suyo no responde al estándar de la televisión comercial, mas sí al de la gente real que tiene en la boca la noche de un diente ausente o con la piel correosa por el sudor de los tantos días sin agua. La suya es la Venezuela de carreteras con huecos que, pese a ellos, merece ser visitada y revisitada.

Viajero del río

El verbo de su vida es “viajar” y lo conjugó en primera persona desde los cinco años, cuando su papá Antonio lo dejó al cuidado de quien se convertiría en su mamá: Isabel María Mas de Gamboa. Antonio emigró tres veces (hasta recalar en Estados Unidos, donde reside) y ese es el ejemplo que su hijo tomó: Se fue a España en barco de niño, volvió a España de joven. Una encrucijada de tres caminos se abrió en su horizonte: ¿Quedarse en España? Descartada. ¿Irse a Estados Unidos con papá? Descartada. ¿Regresar a Venezuela? Sí.

“Yo voy a conocer a Venezuela. Sentí la necesidad de eso”, apunta, con el sentimiento de ese muchacho de 19 años que llegó en lugar de irse. “Escogí venir para conocer Venezuela. Fue algo romántico. Cuando vives fuera del país recuerdas lo que nunca recuerdas. Yo no soy cafetero y recordaba el guayoyo de mi mamá. Recordaba el casabe, que nunca me gustó; el queso, que nunca me gustó”.

“Jorge, la vida es muy bella, bella, pero hay que viajarla. La vida no es tan bella si no la viajas”, le reiteraba su mamá. Él reconstruyó el concepto a su manera: «Porque todo se trata de un viaje».

Como productor y realizador Díaz es de esa extraña especie de venezolanos que, teniendo todo en la mano para conquistar el éxito en otro lugar, deseó darle el «sí» al país que escogió. De tantas formas de adueñarse del otro, Díaz optó por acariciar a esta geografía, pero también, a su gente.

Quienes lo tratan ya saben que es muy difícil que alguien le niegue una sonrisa, le responda que no o lo obligue a hacer algo que no le provoca. Porque si algo tiene es tenacidad. Por eso no hubo manera de que le contara a Contrapunto su año de nacimiento. “Pero si no quiero dar la fecha…”, replicó, aunque sí soltó algo: “El 5 de abril…”, y en Caracas.

Su vida dio un viraje hace 20 años y no por el chavismo, aclara, sino porque “cambié muchas de mis actitudes, pude poner orden en muchas de mis emocionalidades”. Activo e impaciente, asegura que ascendió al sosiego, a pesar de que su actitud parece contradecirlo: “Uno no nace cuando nace; uno nace cuando logra calmarse y empiezas a ser tú”.

Ese proceso interior es otro viaje para él, acostumbrado a tantos trayectos físicos y mentales. “Todo viaje te invita a la tolerancia y a la comprensión”, garantiza. Se lo confirma la experiencia de sus andanzas por tierra y por avión. Conoce lugares en América y en Europa que lo convierten en un excelente guía turístico, aun cuando ahora, sostiene, “quisiera ir al sitio donde el amor me lleve”.

Un muchacho con dislexia y una biblioteca en la cabeza

De sus primeros años en el Colegio San Pedro aprendió a querer las iglesias, también protagonistas de “Cuatro ruedas y un morral” y no por convicción religiosa sino porque “son bellísimas». Del tiempo en el liceo Gran Colombia, que –a su juicio- debería ser declarado patrimonio nacional, conserva su participación en manifestaciones políticas que, incluso, lo llevaron a una brevísima estancia en la cárcel y que sembraron en su memoria un pésimo recuerdo del primer gobierno de Rafael Caldera: “La época de Caldera fue muy represiva con los jóvenes”.

Su mamá, posiblemente previendo días tormentosos con el muchachito, lo sacó de la Gran Colombia para el colegio Los Rosales, donde le florecieron la dislexia y la adolescencia. “En vez de decirle al reloj reloj, le dices anillo”, rememora. Todavía le sucede que piensa en una cosa y afirma otra.

La creatividad de ese niño caraqueño encontró en Isabel María a una gran compañera de viaje: “Se dedicó a enseñarme a leer lo que a ella le fascinaba y consideraba lo mejor del mundo”, como José Antonio Ramos Sucre y Alejandro Dumas (El Conde de Montecristo y Los Tres Mosqueteros). Ella depositó en Díaz –hijo de un hombre con quien no tuvo amores ni mayor relación- la parte más profunda de sí misma. “Tenía una caligrafía impactante, tenía una forma de redactar maravillosa”. Con sus relatos sobre Ciudad Bolívar y el río Orinoco logró que ese hijo que le obsequió la vida se enamorara de la vieja Angostura, a la que él regresó para los capítulos iniciales de «Cuatro ruedas y un morral».

De España desembarcó en la Universidad Central de Venezuela, donde comenzó a estudiar Letras, hizo danza y esgrima y se entrelazó con el teatro universitario. Los nombres que tal vez las nuevas generaciones escuchan sin entender son, en sus labios, referencia de todos los días: José Ignacio Cabrujas, Román Chalbaud, Antonio Constante, José Gabriel Núñez, Romeo Costea y “el maldito de todos: Rodolfo Santana, jajajajajajajajajja”. De Santana lo distanciaron las ideas políticas pero lo cautivó el talento.

Los que ven a Jorge Díaz como un ser locuaz y lleno de ocurrencias geniales no saben que ha escrito varias obras de teatro y está por publicar dos de ellas: Reina Sofía y El levantador de pesas. Editorial Panapo hizo lo propio, años atrás, con otra de sus piezas: «Y bésame tú a mí».

Compañero sentimental de la cineasta venezolana Geyka Urdaneta (directora del largometraje «Cuidado con lo que sueñas»), Jorge Díaz ha hecho publicidad en Venezuela y en el exterior, y despierta el apetito escuchar sus historias sobre la comida de España o de Italia. Como vendedor -de tanto pasado que hay en su biografía- ha ofrecido de todo: hasta pinos y aguacates. También «inventaba performances para empresas». Preparó hallacas y repartió televisores. De Jorge Díaz Producciones pasó a Melón Frito Film, cuyo nombre es otro destello de su ingenio.

Actor, productor y realizador, Díaz también tuvo su pasantía por telenovelas y por el teatro, aunque no quiere que lo llamen actor porque no está dedicado a este artificio todos los días. Enaltece a los venezolanos que ponen su día a día en la pequeña pantalla o en los escenarios del país para ganarse el pan. “Es muy duro”, sentencia.

Documentales para mirar a otros y verse a sí mismo

En esa vorágine en la que siempre se sumerge está a punto de culminar dos documentales: «Daniel Suárez, entre el amor y la pasión», sobre el artista plástico tachirense Daniel Suárez y su mundo de vaginas de colores y figuras del alma. Y «A dónde van los hombres tristes», en el que se ríe de sí mismo como un hombre de 60 años que se replantea sus relaciones con las mujeres, con el país y con la propia existencia. Querer ser el rostro de otros venezolanos lo ha acostado en la camilla del centro antivejez del especialista Juan Carlos Méndez para que le inyecten su plasma y lo sometan a tratamientos en busca de la juventud.

Como viajar es su verbo predilecto, ya se echó el morral a la espalda, listo para la próxima salida; pero con el boleto de regreso, porque en el abecedario de Jorge Díaz no existe una oración en la que se unan Venezuela y el adiós.